
Viajes en Velero plaza a plaza en Grecia: LEPANTO

Nafpaktos (Naupacto) - Lepanto
Despistados los hay por todas parte, y los turistas en Grecia no tienen porque ser una excepción.
El pequeño puerto de Navpaktos no es otro que la plaza fuerte veneciana que todos conocemos por Lepanto gracias, o a pesar, de la famosa batalla naval. En realidad, una joya, en forma de micro puerto envuelto por un cerrado abrazo de piedra que forma otro teatro urbano al que se asoman las terrazas siempre animadas.



La Batalla de Lepanto - La Flota
En Messina, el 8 de septiembre, la flota de la Santa Liga se ha reunido y Juan de Austria, hermano del Rey, pasa revista:
España aporta catorce galeras, veinticuatro galeones y naos, y cincuenta galeotas y fustas, además de las treinta galeras de Nápoles y las diez de Sicilia.
Malta, tres galeras. Génova, tres galeras. Saboya, tres galeras.
También de Génova llegan otras once galeras de Gian Andrea Doria además de otras trece de particulares genoveses como Grimaldi, Negrone, Lomellino y Davide Imperiale alquiladas para cubrir el compromiso del rey de España con la Santa Liga.
La Armada Papal, doce galeras y seis fustas.
Venecia, ciento seis galeras, veinte galeotas y fustas, seis galeazas y dos galeones.
En total, pues, 310 embarcaciones: 208 galeras, 70 galeotas y fustas, 26 galeones y naos, y 6 galeazas.
Recordemos las características de estas embarcaciones de la mano del escritor e historiador M. Rivero:
“La galera es un navío de guerra de unos 50 metros de eslora, que podría desplazar entre 300 y 400 toneladas, propulsado a vela, arbola dos velas latinas, y a remo (hasta 60 remeros distribuidos en dos bancadas). La arrumbada, a proa, constituía su principal puesto de combate, una especie de castillo situado detrás del espolón, con cinco cañones; el que estaba situado en la línea de crujía era de gran calibre (proyectiles de 36 a 48 libras). En los laterales o bandas de la nave se situaban corredores sobre los que se desplazaban los soldados hacia proa, allí se instalaban pedreros y mosquetes. A popa se situaba el mando. Más o menos, entre galeotes y marineros, la marinería oscilaba entre 150 y 250 individuos; los soldados, de 300 a 400. Su táctica de combate consiste en en sitúar la proa frente al enemigo, hacer fuego a corta distancia con cañones, arcabuces, mosquetes y ballestas (los turcos empleaban arcos) y embestir, culminando con abordaje y lucha cuerpo a cuerpo. El espolón del que disponían a proa se utilizaba más como trampolín o pasarela para acceder al navío atacado que como ariete para abrirle vías de agua.
La galeota es una galera pequeña, con treinta o cuarenta remos, de un solo palo y sin arrumbada.
Las fustas son aún más pequeñas, de diez o doce remos, cuyas funciones son de naturaleza auxiliar, para comunicación, exploraciones y pequeños reconocimientos.
Los galeones y naos, cuya tipología no se especifica con nitidez, eran navíos redondos, propulsados a vela, con dos cubiertas, dos o tres palos y al menos uno con velas cuadradas, desplazando entre 500 y 600 toneladas y, si bien en el Atlántico se empleaban como navíos de combate, en el Mediteráneo sólo eran adecuados para el transporte, pues las galeras les ganaban en velocidad y maniobrabilidad.
La galeaza, fue creada por Bressano, un ingeniero veneciano que ideó la manera de conjugar la potencia artillera de galeones y naos con las peculiaridades mediterráneas (mal calmo y vientos débiles). El resultado fue un híbrido de galera y galeón, con dos castillos, uno a popa y otro a popa. La galeaza desplaza más de 1.500 toneladas, artillada en la proa y en las bandas, con un total de treinta cañones y dieciocho pedreros, una dotación de 450 marinos, entre galeotes y marineros y medio millar de soldados y artilleros.1”

“En Lepanto invernaba la flota turca en el otoño de 1571. Su almirante era Alí, joven impulsivo, brillante, caritativo, al que protegía la esposa del sultán, el borracho Selim II. Sultana, se llamaba precisamente la galera de Alí. Y entre sus capitanes estaban el sádico corsario Ochiali y el hijo del mítico Barbarroja, Hassan, siempre receloso y tan inmensamente obeso que para no reventar sólo hacía una comida fuerte cada cinco días.
La flota cristiana, aunque de preponderancia española, constituía una alianza, la Liga Santa. Los jesuitas, los capuchinos, los teatinos, los dominicos, que encarnaban el espíritu del severo y ordenancista concilio de Trente, tronaban en las iglesias españolas e italianas a favor de otra cruzada contra la Media Luna. En Lepanto, cada soldado llevaba un rosario y deliraba de fe católica.
Y comandaba la escuadra a bordo de la galera Real don Juan de Austria, hijo natural de Carlos V, joven, generoso como Alí, y piadoso. Un veterano marino catalán, Luis de Recasens, le asesoraba. Entre sus capitanes figuraba Andrea Doria, cargado de años y con más conchas que un galápago que dirigía las galeras alquiladas a Génova, y Marcantonio Colonna, el también voluminoso jefe de las naves pontificias, sobrino de aquella Julia Colonna que Barbarroja había querido apresar cuarenta años atrás. En total, la Liga sumaba doscientas galeras y cincuenta mil hombres.
El triunfo de la Liga Santa, pues éste fue el resultado de Lepanto, obedecío a varios factores. Uno, el enardecimiento religioso de la tropa cristiana, que la lanzó aullante de corajuda fe contra los otomanos, que sólo se hallaban expectantes de temor, como cualquier soldado. Luego, que las galeras cristianas iban repletas de arcabuceros, que segaban a tiros las cubiertas de los navíos turcos, mientras en éstas había sólo arqueros, cuyas flechas no podían traspasar las corazas de los caballeros de la Liga. Otro, las redes de abordaje que usaban los cristianos y constituían casi una innovación. También, que las galeras de don Juan sustituyeron sus espolones de proa por piezas de artillería, con lo que en lugar de incrustarse en el barco enemigo quedando así inmovilizadas, se movían con libertad mientras convertían la otra nave en un colador.
Luego, la flota de Juan de Austria quedó dispuesta en forma de cruz en medio de la armada turca, formada como siempre en forma de media luna, la que al cerrarse alrededor del enemigo resultaba terrible. Pero aquí la cruz de la Liga dividió el semicírculo de la escuadra otomana, reventándolo en varios sectores.
Por último, un factor debido al azar fue decisivo para la victoria aliada: el viento, aquel 7 de octubre, sopló de pronto de poniente, dejando prácticamente tirados los navíos turcos, que venían de levante, mientras impulsaba la flota cristiana.
El almirante Alí se hallaba en cubierta de la Sultana, con una ballesta en las manos: un arcabuzazo lo derribó. Don Juan se lanzó bravamente al abordaje, seguido por Tití, un monito suyo que corría excitadísimo. Aunque al parecer el primer cristiano que saltó a una galera turca fue otro, en rigor una cristiana: María la Bailaora, una apasionada española enamorada de un soldado, tras el cual se había enrolado disfrazada de hombre.
Con Lepanto, los otomanos no fueron demolidos ni mucho menos. Se rehicieron pronto. Pero la cristiandad recobró confianza en sí misma, un ánimo que casi había perdido, y se fijó implícitamente una frontera marítima que a grandes rasgos ha mantenido casi hasta hoy la situación entonces establecida.
Los otomanos únicamente salvaron trece galeras, las del viejo zorro Ochiali. Y veinticinco mil musulmanes murieron… La Liga Santa sólo perdió siete mil hombres, liberando a doce mil galeotes cristianos encadenados al islam, y logrando un cuantioso botín del que destacaba la fortuna del infortunado Alí, 150.000 cequíes de oro, que llevaba a bordo por temor de que, en su ausencia, se los hubiera confiscado el sultán Selim II, beodo y tortuoso. Aquel soldado afanoso de gloria, Miguel de Cervantes, tripulante de la galera Marquesa, escribió más tarde, rememorando los grandes días de Lepanto, que fueron “la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos ni esperaban ver los venideros”. Pero también dijo que cuando un hombre cae en el abordaje “no se podrá levantar hasta el fin del mundo. 2 ”.
1. "La batalla de Lepanto: cruzada, guerra santa e identidad confesional". Manuel Rivero Rodríguez. Ed. Silex
2. " Mediterráneo, una historia personal". Baltasar Porcel. Ed. Destino
