Viajes en Velero plaza a plaza: Navegando con Cunqueiro
Navegando con Cunqueiro
Decía don Álvaro Cunqueiro; "un hombre cualquiera tiene tantas o cuantas vacaciones -en puro romance, vagancias; esta es
la medida y no hay otra".
Navegamos con él, -"Ítaca siempre al amanecer, en el horizonte, como una ventana de pequeños y cuadrados vidrios, un rostro que regresa
del sueño"- en pos de "los mil y un versos que un día decidieron ir al Sur, a ver florecer al limonero" y compartimos banco
en una taberna siciliana célebre por servir el rojo caldo de los viñedos del Campinosso, en el mar de Palermo. Allí nos regala con voz solemne y
pausada, entre sorbo y verso, el relato del "vino oscuro y perfumado, sangre y alma de encantos, bebedizos y ensalmos, que Giacomo dei Neri vendimiaba a cien
pies bajo el agua, y al virrey de España, señor duque de Maceda, regaló un racimo".
Seguimos su consejo y evitamos los viñedos en tiempo de vendimia; cuentan que fue secreta costumbre en Sicilia, a lo largo de los siglos, matar a un extranjero y enterrarlo en los viñedos al empezar a
vendimiar:"pero había que matarlo en la viña, y que diera su sangre a la tierra". Pudo así el Marsala conservar su poder y su
perfume, como la malvasía de Lípari, "para triacas mágicas, bebedizos y envoltura de venenos resolutivos". Nunca más
cierto aquello de que "sin vino no hay cocina, y sin cocina no hay salvación, ni en este mundo ni en el otro".
No nos interesa la velocidad, esa tiranía de nuestros días con sus espejismos de ubicuidad, ni encararnos al viento con bolinas desafiantes, que
hasta los ingleses aseguran que es ésta actitud impropia a caballeros. Nuestro velero como tal gusta del trapo orondo y bien henchido mejor que planchado a la
genovesa. Practicamos deambulares sosegados que observan el festina lente latino, -apresúrate lentamente-, y honramos a la divina vagancia o
vacación, el origen es el mismo, saboreando "ese licor inacabable que en una invisible copa tienes siempre en los labios", o sea el tiempo
vivido, o tal vez bebido, en presente, sin nostalgias pasadas o futuras. Cantamos entonces con acentos etruscos, a la rosácea aurora, el foied vinon
pipafo, cra carefo. Tajante y hermoso: hoy bebo vino, mañana no habrá. Y la antigua y apaciguada sonrisa de los tirrenos, declamando
un carpe diem, se torna romana.
Se despide el mindoniense: "Aún queda otra forma de máxima impureza: las vacaciones pagadas de la legislación social, no disfrutadas,
transformadas en sobresueldo".