Viajes en Velero plaza a plaza

Viajes en Velero plaza a plaza: Cartagena



Cartagena y el ARQUA

Como Ferrol, como Cádiz, como Coruña también, la piel de Cartagena está cubierta de sal. Sal gorda, antigua, seca y compacta bajo el sol que la quema perseverante estas tardes de mayo. Se esconde al norte de una bahía, protegida por el dique de la Navidad, el mejor puerto natural en cientos de millas, rodeada de colinas más viejas que su propia historia

Estoy contento de haber hecho escala tranquila en este puerto. Las escasas referencias que tenía de esta ciudad; su fundación como colonia de Cartago, el arsenal y la base naval, también, como no, Arturo Pérez-Reverte, sonaban solo como lejanos ecos que oyes sin prestar demasiada atención. Y ya se sabe, hay que esperar poco para encontrar mucho. Así ha sido.

En un viaje como este, navegando desde Fisterra rumbo a Ítaca, ciertos acontecimientos casuales se tornan en buenos presagios. Aquí he encontrado en el Arqua, Museo de Arqueología Subacúatica, una réplica de una pequeña nave púnica datada hacia el siglo VI a.C. La original está sumergida, dentro de una cárcasa de protección metálica, a escasas millas a Poniente, en la bahía de Mazarrón. Es un pequeño barco, de escasos 8 metros y medio de eslora, construido hace 2.700 años por manos expertas en trabajar las maderas de pino, roble e higuera con las que fue construida. Me maravillo al observar lo poco que han evolucionado las formas de la carena en casi tres mil años. La proa afilada, la manga justa, la popa también aguda. Quilla, roda, baos, tracas, carlinga… Es una pequeña y hermosa nave. Hallaron en su interior, además de cabos, huesecillos de animales domésticos, el abarrote, un buen montón de galletas de plomo, que constituían su carga principal. Alrededor de dos mil kilos de plomo con los que estos grandes navegantes comerciaron por el sudeste de la península ibérica. Miro las colinas que rodean Cartagena e intento comulgar en esta visión con aquellos míticos navegantes: los mismos cerros secos, el mismo sol implacable de la canícula, los ecos de la brisa de levante que se cuelan en la rada. Procedían de Levante y navegaron incansables hacia Poniente. Tres mil años después emprendo sus mismas singladuras, a la inversa..



Más buenos augurios. La vuelta al mundo del “Calcetines”, proyección y conferencia. Así reza un cartel situado en una entidad bancaria de la calle principal de la ciudad. Allá voy. El pequeño auditorio está repleto de amigos, familiares o simplemente curiosos como yo que esperamos para escuchar a Ana y Evaristo, una pareja de la ciudad que durante casi seis años han navegado alrededor del mundo en su catamarán, de nombre “Calcetines”. El relato es entretenido, cruce del Atlántico, Caribe, Panamá, la inmensidad del Pacífico, Polinesia, el Índico, el estrecho de Malaka, el Mar Rojo y finalmente de vuelta al Mediterráneo. Una frase que encierra seis años de peripecias, experiencias, miedos, sentimientos encontrados, amigos que esperan, otros que ya no estarán a la vuelta… Ana se encarga de las diapositivas mientras Evaristo lee una redacción que ameniza con divertidos comentarios. Al final, los asistentes les ovacionan con una largo y sentido aplauso. Salgo a la calle y me voy a cenar a un barcito que he descubierto la noche anterior al lado de la plaza del Rey, “la otra casa” es su nombre. Me siento en la terraza, pido unas tostas y una cerveza y a los pocos minutos llega un grupo que se sienta a mi lado en el que se encuentran, como no, Ana y Evaristo. Me siento tentado a acercarme y saludarles, darles la enhorabuena por su navegación. Los amigos del grupo se disputan su compañía, no les dejan ni un minuto, y a mí que me sigue costando un mundo abordar a alguien sin que medie causa justificada, aunque esta probablemente lo fuera. En definitiva, acabo la cena y me levanto. De regreso al barco, resulta inevitable que a uno le asalten las comparaciones. Las dos mil y pico millas de mi singladura, siempre a tiro de piedra de un puerto más o menos civilizado, son en su conjunto menos de las que le llevó al Calcetines completar solo una de sus etapas en el Pacífico, en la inmensidad del Pacífico. Que buena cosa es que el destino coloque personas en nuestro camino que nos ayuden, de tanto en cuanto, a ponernos de nuevo en nuestro sitio

El parte meteorológico ha mejorado, como mi lumbago. He arreglado la nevera, hecho dos coladas, aspirado, valdeado, llenado los depósitos de agua, una compra consistente. Todo está a punto. Mañana a primera hora haré gasoil y me pondré en marcha. Seguiré rumbo a Ítaca.